Faltaba
poco para la llegada del invierno, pero ese jueves el cielo amaneció cálido y
despejado. Siempre que el sol se dejaba ver reluciente en la bóveda celeste,
Brigitte se preparaba para su cita. A través de las ventanas de su dormitorio,
podía ver cómo los rayos bañaban los jardines de la urbanización.
Sus viejos
y delgados brazos ya no la dejaban peinarse sola. Lucía una corta melena lisa
que se había vuelto grisácea con la edad. Kenza, la doncella marroquí que
llevaba desde niña trabajando para ella, la ayudaba a acicalarse al despertar...
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