–Drina, te lo
prometo. ¡Era mil veces mas grande que tú y yo juntos! –la golondrina Golo
gritaba a su hermana y hacía aspavientos
con las alas por todo el tejado, porque ella no le creía.
–Sí, ya. Como
aquel día que me prometiste haber encontrado un nido repleto de luciérnagas –le
contestó ella de mala gana, dándole la espalda mientras observaba, desde lo
alto del edificio, si las personas que cruzaban por la calle dejaban caer algo
de comida.
–Esta vez es
verdad. ¡He hablado con él!
–¡Mientes! –le
espetó Drina, con los ojos muy abiertos.
–Me ha dicho que
viene del sur, pero de muy del sur –enfatizó la palabra “muy” y señaló,
erróneamente, con la puntita de su ala negra y blanca hacia donde el Sol se
iba ocultando en el horizonte.
–¿Qué más te ha
dicho? –preguntó ella, muy bajito. Se acercó a su hermano, con interés por
escuchar lo que tenía que contar. El pico le temblaba por el miedo.
–¡Que se llama
Güi!–respondió él y dio un saltito en el aire, sonriendo divertido ante la
mirada patidifusa de su hermana pequeña.
–A lo mejor es francés
–dedujo ella, rápido, asintiendo con la cabeza.
–No, no, no. Es
del sur, de muy del sur –insistió él y volvió a guiar la mirada de su hermana
hacia el sol del atardecer.
–¡Vamos a
decirle a papá y mamá que nos lleven a verle! –sugirió ella. Los dos hermanos se lanzaron al
vacío y volaron apresurados entre la gente, esquivando los naranjos plantados
en la calle, hasta que llegaron a su nido, donde los padres les esperaban para cenar,
con la mesa repleta de insectos sabrosos.
–¡Papá, Golo ha
conocido a una golondrina que es mil veces más grande que todos nosotros juntos,
se llama Güi y viene del sur! –le gritó su hija, exaltada por la emoción.
–¡Pero de muy
del sur! –recalcó Golo, desplegando sus alas hacia ambos extremos.
–¿Podemos ir a
verle? ¡Por favor! –preguntaron los dos al unísono. Los padres estaban
acostumbrados a las historias fantásticas de su hijo, pero un paseo en familia después
de comer les vendría bien para bajar la cena, aunque supieran que el tal Güi no
existía.
Antes de que el
sol se ocultara por completo y diera paso a la oscuridad de la noche, toda la
familia fue a buscar a la golondrina Güi. Para el asombro de los padres y Drina,
vivía en una urbanización muy lujosa, rodeado de nieve y con otras golondrinas
que, como él, eran enormes. Güi vestía traje negro y blanco, como ellos. Su
pico y ojos también eran negros, pero a diferencia de Drina, Golo y sus padres,
Güi pesaba más de veinte kilos. Las plumitas de la nuca de Drina se erizaron
por el frío y el temor de ver a aquellas gigantescas golondrinas. El padre,
estupefacto ante aquella imagen, le dijo a sus hijos a modo de reprimenda:
–¿Veis lo que
pasa si os coméis todo lo que os echan los humanos?
Hola MAYCA muy bonita tu historia creo que deja una muy buena ensenanza.Me gustó.Un abrazo
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