Desde
que tengo uso de razón, siempre me han gustado las Barbies. Por las tardes, salía
corriendo del colegio para llegar antes a casa y poder, después de merendar, jugar
un rato en mi habitación; por lo menos, hasta que mi madre me obligaba a levantarme para hacer los
deberes. De entre las diez o doce muñecas que tenía, la del pelo rubio platino
y los ojos azules, Bárbara, que así fue como la bauticé, era mi preferida;
imagino que sería porque era todo lo opuesto a mí...
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