¿Te acuerdas del encierro del año pasado? Cuando las puertas
de los corralillos se abrieron, personas y toros corrimos en estampida por las
calles estrechas de la ciudad. El sonido de las pezuñas contra el suelo
adoquinado se entremezclaba con los gritos y silbidos de la gente. La mayoría
de los hombres corrían hacia delante, pero otros, más lentos o cobardes, se
subían en los vallados de madera, justo cuando el toro que tenían detrás se
levantaba sobre sus patas traseras y corneaba el aire.
En el último giro, el muchacho que yo tenía delante tropezó con
sus propios cordones desabrochados, cayendo al suelo. Lo esquivé de un salto,
pero el cuerpo del chico se enredó entre las patas del cabestro cárdeno que
seguía mis pasos y ambos acabaron empotrados contra la esquina. Un reguero de
sangre salía del muslo del muchacho. Los fotógrafos hicieron brillar sus
flashes a través del vallado. Seguimos corriendo sin aliento hasta que llegamos a la
Plaza de Toros, extenuados.
“A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en
el encierro…”
¿Escuchas eso? Ya van a abrir las verjas. Testigo, tú ve a
por el gordo que tiene el pañuelo rojo en la cabeza, que yo iré a por el guiri
de las chanclas. Este año saldremos en los periódicos, como el cabestro cárdeno
del año pasado.