El edredón de plumas que nos habían
regalado por nuestra boda y que yo tanto apreciaba estaba tirado en el suelo de
cualquier manera. Mi marido estaba desnudo en la postura del misionero sobre mi
lado de la cama, jadeando. Esa postura era mi favorita, aunque Manolo siempre prefería
que yo estuviera de espaldas. Con cada embestida que daba, el sudor se desprendía
de su piel, de sus sienes marcadas, de la punta de su nariz, de sus sobacos rasurados.
Algunas gotas las vi caer en las sábanas blancas de lino, formando pequeños surcos
grisáceos sobre el tejido; otras caían sobre Paco, el marido de mi mejor amiga,
que estaba boca arriba con las piernas velludas apoyadas sobre sus hombros, recibiendo
los embates con grititos agudos de mariconazo...
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Mayka, visito tu blog con agrado. Felicidades. Un beso.
ResponderEliminarUff qué escena no? Muy bueno. Saludos. Mi blog www.puertoarial
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