–Tía,
Una, qué pesada eres. No hay ninguna ley que diga que hay que besarse antes de
los dieciséis –me reprende Tania desde la silla giratoria de mi escritorio. Se
acaba la bolsa de quicos que se estaba comiendo, la arruga y la deja encima de
la mesa.
–Eso
ya lo sé. No soy tonta, ¿vale? –le respondo poniendo los ojos en blanco.
Me
acerco a la ventana de mi cuarto y observo cómo las últimas hojas de los
árboles van cambiando de color, del verde intenso a un rojo anaranjado...
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