lunes, 25 de febrero de 2013

Vencido vencedor


Un niño bajito de unos doce años sale del colegio al sonar la campana. En la cancela de la entrada cinco chicos de su clase le roban la merienda a una niña pequeña. Se codean al verlo pasar y empiezan a andar tras él. El niño acelera el paso. Gira la cabeza y comprueba que los tiene casi encima. Empieza a correr tan rápido como le permiten su piernas y los demás chicos le imitan. Mientras huye, sacude los brazos y los hombros hasta que consigue deshacerse de la mochila, que cae en la acera como un ladrillo. El chico del grupo que tiene justo detrás se tropieza con ella y se da contra el suelo. Los otros cuatro continúan la persecución calle abajo. Atraviesan el parque del barrio. Las madres apartan los cochecitos de bebé y un anciano levanta el bastón al aire para quejarse del empujón que el último de ellos le ha dado. Atajan el último tramo por los arriates de flores, aplastando todos los geranios. El niño gira la esquina, está a punto de llegar a su casa. Ya puede ver la luz del salón encendida a través de la ventana que da al porche. De repente, el más rápido de los cuatro le da una patada en el tobillo que lo hace caerse de boca en el jardín trasero de su casa. Lo acorralan entre todos y lo levantan del suelo. Le inmovilizan los dos brazos por detrás de la espalda para que no pueda defenderse. Entonces, aparece el quinto chico, el que se tropezó con la mochila. Tiene la piel de la barbilla rasgada y unas pocas gotitas de sangre le salen de la herida. Se acerca al niño, que lucha por liberarse de las ocho manos que lo sujetan. Le desabrocha el reloj rojo y negro de caucho que lleva en la muñeca y se lo pone en la suya. El chico lleva hacia atrás la pierna y el brazo derecho y, a continuación, le da un puñetazo en la boca.


De la fuerza del gancho, la cabeza se le inclina hacia atrás. Se tambalea unos segundos hasta que cae de espaldas sobre el suelo del ring. Deja de escuchar los gritos de las gradas. No oye nada. Solo un pitido. El árbitro está agachado a su lado. Cuenta con los dedos los segundos que lleva tumbado. Van dos, tres, cuatro. Gira la cabeza y ve a su entrenador fuera del ring, en la otra esquina. Le grita algo, pero no lo entiende. Solo ve cómo se le arruga toda la cara mientras abre y cierra la boca a cámara lenta. En el otro extremo, su contrincante se pasea de un lado para otro. Tiene agarrado entre los guantes el cinturón rojo y negro de campeón del mundo. Una medalla dorada en el centro brilla por las luces de los focos del techo. Seis segundos. Se apoya sobre sus codos y sacude la cabeza. Siete. Ocho. Pone un pie en el suelo y se apoya en su rodilla para estabilizarse. Nueve. Se levanta aturdido y deja caer su peso sobre las cuerdas del ring. El árbitro le da una palmada en la espalda sudada y le levanta los párpados para mirarle las pupilas. Parece que está bien. A los pocos segundos suena de nuevo la campana y el árbitro se retira a una de las esquinas para que continúe el combate. El contrincante le devuelve el cinturón a su entrenador y se acerca a él golpeándose los guantes entre sí. Echa la pierna y el brazo derecho hacia atrás, para coger fuerza, y suelta un puñetazo en dirección a su ceja ensangrentada, pero en el último momento él se mueve a un lado de la cuerda y consigue esquivar el golpe. Su oponente ha subido la guardia, así que él le arremete con un crochet de izquierda en las costillas. Se libera de la esquina, gira ágil alrededor del boxeador que aún está encorvado hacia un lado por el dolor y le propina un nuevo crochet, esta vez de derecha. Su adversario baja los brazos para protegerse los costados, pero deja la cara al descubierto. Él aprovecha el descuido y encadena un juego rápido de piernas y brazos. Primero gira la cadera y lanza un directo de izquierda en mitad de la nariz. La cabeza se va hacia atrás por el golpe. Y a continuación, se mete debajo y le engancha el mentón con un uppercut cruzado. Se aparta de un salto, los brazos en guardia, y el contrincante se desploma boca abajo, casi inconsciente. El árbitro se agacha y cuenta los segundos. Cuando llega al décimo, da un manotazo en el suelo y se levanta. Coge el cinturón y vuelve junto al vencedor. En una mano levanta el premio y en la otra el guante agrietado del boxeador.