lunes, 29 de abril de 2013

¿Carpe diem o simple estupidez?


José Luis había llamado a su hijo mayor, Flavio, para que se vieran después de comer en casa. Los dos estaban sentados en la mesa de la cocina frente a un par de cafés humeantes. El padre estaba disgustado por cómo su hijo derrochaba el dinero que había ganado de la venta de la página web que había creado ocho años atrás, justo después de salir de la universidad. Dos años antes, Flavio había vendido sus acciones por quince millones de euros a una empresa de internet especializada. Desde entonces, no había vuelto a trabajar; no le hacía falta, pero su ritmo de gasto era tan elevado y ostentoso que sus padres estaban preocupados de que acabara arruinado.
La televisión estaba encendida y, en ese momento, trasmitían la sección de deportes del telediario. Hablaban de un golfista que acababa de ser arrestado por conducir ebrio y, posiblemente, también drogado. Explicaban que su mujer había pedido el divorcio tras averiguar que su marido le había sido infiel unas cuantas veces y un juez le había quitado la custodia de su hija para dársela a la madre. Parece ser que se hizo con todo el alcohol que encontró en su casa y cuando se bebió hasta la última gota, salió en su coche a comprar más. En una intersección cerca del supermercado, la policía lo detuvo y se lo llevaron arrestado a comisaría.
–Como ese imbécil vas a acabar tú si no paras de beberte y fumarte todo tu dinero.
–No voy a acabar como ese porque yo no tengo a quien ponerle los cuernos, ni hijos de los que poder perder una custodia.
–Ya sabes a lo que me refiero, Flavio. Si sigues gastando como si nada te importara, vas a acabar muy mal –cogió el mando del televisor y lo apagó.
–La verdad, no entiendo por qué tienes que reprocharme lo que me gasto o lo que me dejo de gastar. Es mi dinero. Ha sido una mala idea que me lleves las cuentas desde tu asesoría. ¡No paras de controlarme como si tuviera quince años!
–Hijo, es tu dinero, sí, y no intento controlarte, pero no me parece normal ni ético en la época en la que estamos que gastes más de cien mil euros al mes. No tienes ni treinta y cinco años. ¿Qué pasará cuando se te acabe todo?
–Eso no ocurrirá.
–No ingresas nada desde hace más de dos años y gastas muchísimo. ¿Cómo que no ocurrirá? ¡Claro que ocurrirá! Diste un buen pelotazo, Flavio, y administrándolo bien podrías vivir hasta morirte con ese dinero, pero, al ritmo que llevas, no llegarás a los cincuenta con un céntimo en el bolsillo.
–Bueno, ¿y qué? Pues cuando se acabe, ganaré más.
–¿Ganarás más? Como si fuera tan fácil. ¿De verdad crees que chasquearás los dedos y entrarán otros quince millones en tu cuenta? Tuviste una gran idea con la web, apostaste por ella y te funcionó. Pero no tiene por qué funcionarte una segunda vez. ¿Sabes cuántas buenas ideas se quedan arrugadas en el fondo de la basura?
–Las buenas ideas no se quedan arrugadas en el fondo de nada. Las buenas ideas de verdad son las que te hacen ganar pasta.
–¿Y qué es una buena idea sin un capital que la amortice? ¿Cómo emprenderás tus nuevos proyectos si no vas a tener el dinero para llevarlos a cabo?
–No soy tan estúpido como para gastarme todo mi dinero antes de invertir en otra cosa, joder.
–¿Qué no eres tan estúpido? Tu secretaria me trae todos los meses facturas tuyas de viajes en aviones privados y yates del tamaño de cruceros, alquileres de islas privadas, cuentas de hasta diez mil euros por noche en discotecas de Saint-Tropez e Ibiza. Por Dios Santo, si cada vez que vienes a casa lo haces de la mano de chicas diferentes. Chicas con escotes que les llegan al ombligo y tacones que parecen andamios. ¡Parecen putas!
–Y qué si son putas. Prefiero pagarlas a tener que perder mi tiempo en ligármelas. ¿Acaso es malo?
–Me avergüenza en lo que el dinero te ha convertido.tan gilipollas de gastarme todo mi dinero en fiesta la basura? no llegaru asesor
ocupado de que en unos pocos años acabara gas
–Entonces, ¿qué? ¿Qué quieres que haga? ¿Que me comporte como tú? ¿Quieres que busque una mujer de pueblo como mamá, me case, tenga cuatro hijos, trabaje toda mi vida en una oficia para ganar tres pesetas, gastarme una y guardarme dos, por lo que pueda pasar? ¡Esa es tu vida! No quiero vivir así. ¿No lo entiendes?
–Has tenido la suerte de hacerte con mucho dinero a tus veintinueve años de manera muy fácil y rápida.
–¡Exacto! He tenido mucha suerte. No tendré que vivir como tú, trabajando quince horas diarias para ganar un buen sueldo que se queda en nada a final de mes.
–No sabes lo que tienes, porque te ha resultado tan sencillo ganarlo que no le das ningún valor. Derrochas constantemente y mamá y yo sufrimos viéndote malgastar tu vida y tu dinero en banalidades.
–Estáis equivocados. Sí que valoro lo que tengo. ¿Acaso tú valoras tu vida más que yo la mía? Vives sin tiempo para nada que no sea tu asesoría, tu único objetivo es llegar a final de mes y pagar la hipoteca. ¿Qué clase de vida es esa? Vives para trabajar y no entiendes que haya personas que, como yo, trabajen para vivir. He trabajado más de seis años en un proyecto en el que he conseguido ganar mucho dinero y ahora es mi momento de vivir. ¡Carpe diem, padre!
–¿Esa es tu filosofía? ¿Carpe diem? Vivir a tope ahora y, luego, ¿qué?
–Luego, luego... La vida pasa rápido y quiero disfrutarla al máximo con los recursos que tengo ahora. ¿Cuál es el problema de viajar, salir, gastarme los billetes en mis amigos, en alcohol o en prostitutas? ¿Por qué tengo que explicarte esto? Ni que el dinero que me gasto fuera vuestro. Lo he ganado yo y quiero disfrutarlo a mi manera. ¡Quiero vivir, joder! ¿Quién sabe qué será de mí mañana? ¿Y si esta noche me muero de un derrame cerebral como tu hermana, cuando tenía mi edad, o tengo un accidente de coche mañana y me quedo empotrado en una jodida silla de ruedas?
–Ahora no lo ves, pero en unos años, si sigues por este camino te arrepentirás de haber desperdiciado tu juventud y tu dinero en gente y cosas que no merecían la pena.
–¡Te equivocas! Jamás podré arrepentirme de las cosas que he hecho, sino de las que dejé sin hacer. Todo lo que haya disfrutado y todo lo que haya vivido me lo llevaré conmigo a la tumba. ¿Qué te llevarás tú? Tan solo horas de esfuerzo en tu trabajo y unas cuantas lágrimas de despedida de tus hijos y tu mujer. Nada más.
–Has decidido dejar de trabajar y abandonar cualquier responsabilidad adulta para disfrutar del ahora como si fueras a morir mañana. Te estás comportando como un crío frívolo y caprichoso. Podrías disfrutar de tu juventud y tu dinero sin dejar de luchar. Se puede salir, viajar, conocer chicas, emborracharte y, algún día, por qué no, hasta drogarte, pero afrontando tus responsabilidades. Además de tu padre, soy tu asesor, y como tal te aconsejo que seas listo y multipliques tu capital para poder seguir disfrutando de tu vida hasta que mueras mañana de un derrame o un accidente de coche o dentro de cincuenta años de viejo en la cama de un hospital. ¿Qué harás si se te acaba todo? ¿Volverás con cuarenta y tantos años a casa de tu padres con una mano delante y otra detrás? Ya te adelanto yo que nosotros no te financiaremos el alcohol, las drogas y las putas.
–No es eso lo que pretendo. No soy estúpido. Mi intención no es arruinarme. Solo estoy disfrutando lo que tengo ahora. No quiero vivir como tú.
–Eso ya me lo has dicho. Entiendo que no quieras vivir ceñido a los cánones que nos marca la sociedad: trabajar, casarte, tener niños y vivir hipotecado hasta que mueras para luego pasarles la deuda a tus pobres hijos. Si eres más feliz rodeado cada día de prostitutas diferentes a las que tienes que pagar, adelante. Hazlo. Lo único que quiero que entiendas es que se puede disfrutar y trabajar. Flavio, hijo, lo que todo el mundo desea tú ya lo has conseguido: el éxito. Has ganado dinero a espuertas, muy joven y, por suerte, en solo unos pocos años, ahora solo lucha por conservarlo. Nadie te dice que durante esa lucha no puedas divertirte, simplemente hazlo con dos dedos de frente.
–Lo sé, lo sé –Flavio agachó la cabeza.
–Me intento poner en tu lugar, hijo. Verme joven otra vez, con la cuenta del banco llena, apuesto y con todo el tiempo del mundo por delante y es probable que yo también actuara como tú lo estás haciendo ahora: como un insensato y un necio. Pero tienes que encontrar el límite y tienes que hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
–Realmente, te encanta dramatizar... Solo tenía pensado tomarme un par de años sabáticos, quizá tres como mucho. Ver mundo, conocer gente nueva, salir, disfrutar de mi dinero, reírme, pasarlo bien, volverme un poco loco, no sé, lo que haría alguien de mi edad en mi posición.
–Bueno, eso ya lo has hecho. La pregunta es: ¿qué vas a hacer ahora?
–No lo sé. No tengo nada definido todavía. Por ahora, estoy bien como estoy. Quizá más adelante se me ocurra alguna idea nueva que me motive a cambiar y entonces lo haré.
–Vaya, eres tan cabezota como yo de joven, hijo –el padre se levantó y le puso una mano en el hombro–. Me encantaría escuchar esas ideas nuevas muy pronto. A propósito, me has dicho antes que tú solo te arrepentirías de las cosas que no has hecho. Si no quieres ser como yo, ni tener nada de lo que yo tengo: un trabajo estable y una mujer buena y cariñosa que te espere en una casa hipotecada llena de niños que te quieran, quizá en un futuro te arrepientas de no haberlo hecho. De no haber formado una familia cuanto tuviste tiempo, quiero decir. Piénsalo –se dio un par de toquecitos con el dedo índice en la sien, luego cogió las dos tazas de café frías y las llevó al fregadero para vaciarlas.
Flavio miró la vieja fotografía de su familia que había encima del mueble de la televisión. Al lado del árbol de Navidad, su madre sujetaba en los brazos a su hermana pequeña, sus otros dos hermanos estaban sentados en el suelo del salón frente a un montón de regalos y él descansaba en el regazo de su padre. Los seis sonreían, aunque era a sus padres a los únicos que le brillaban los ojos de una manera distinta, más intensamente.
–Papá, quizá tienes razón y el carpe diem de hoy tenga una lectura diferente: la de disfrutar del último momento luchando. Luchar por la familia, luchar por el trabajo, luchar y luchar para alcanzar nuestros objetivos. Pero hay que tener en cuenta que, aunque las personas en general compartan como objetivos finales el éxito y el bienestar, no todas tienen por qué alcanzarlo luchando por las mismas cosas. Para mí las motivaciones de mi lucha son otras, al menos por ahora.
–Sí, es posible, pero cambiarás.
–Sí, es posible, con el tiempo.
–¿Otro café?